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viernes, 11 de septiembre de 2020

 

¿Qué valor tiene la gloria de esta vida?

Reflexiones cristianas diarias por CVCLAVOZ

Quizás, como seres humanos, vivimos afanados en ganar reconocimiento, pero ¿Qué valor tiene la gloria de esta vida?

El templo de Diana

La antigua ciudad de Éfeso era una de las más famosas en todo el mundo durante el primer siglo. Su templo de Diana era una de las siete maravillas del mundo antiguo.

Cuando el apóstol Pablo visitó Éfeso, la ciudad se enorgullecía de poseer grandes  teatros, amplias avenidas, inmensos gimnasios y baños.

Pero estas glorias se han desvanecido hace mucho y hoy sólo significan algo vivo para la pala del arqueólogo.

El templo de Diana es, de todas las maravillas de Éfeso, la que más se ha marchitado. Todo lo que queda del templo son algunas columnas.

Con respecto a este templo, un antiguo escritor dijo: “He visto los jardines colgantes de Babilonia, el Coloso de Rodas, las inmensas pirámides, el mausoleo, pero cuando mis ojos contemplaron el templo de Diana, en Éfeso todas las otras maravillas perdieron su esplendor”

¿Qué valor tiene la gloria de esta vida?

Si ese escritor viera hoy el templo de Diana, ¿qué diría? Quizás coincidiría con el apóstol  Juan cuando dijo:

y este mundo se acaba junto con todo lo que la gente tanto desea; pero el que hace lo que a Dios le agrada vivirá para siempre.

1 Juan 2:17 (NTV)

Tal vez, en el fondo,  todos somos conscientes de lo pasajera que es esta vida, pero aun así nos aferramos a los títulos, los reconocimientos y las glorias que podamos tener; aunque sean efímeras.

No está mal superarse

Siempre debemos querer superarnos y ser mejores, no hay duda de eso. Sin embargo, el buscar sólo la gloria y reconocimiento de los hombres, no dará ningún fruto que perdure en el tiempo.

Hacer la voluntad de Dios, quizás no nos dé un reconocimiento humano ni muchos aplausos aquí en la tierra, pero sin duda alguna, sus frutos no van a perecer, tienen valor de eternidad y el reconocimiento más grande que podamos anhelar: el de Dios.

Si hasta hoy sólo has estado tratando de agradar a los hombres y de que te reconozcan, sin tener en cuenta a Dios, te pregunto nuevamente, ¿qué valor tiene la gloria de esta vida?

Empieza a buscar la voluntad de Dios y a vivir de acuerdo a sus mandamientos para que todo aquello que hagas no sea sólo pasajero y cumplas tu propósito.

Ana María Frege Issa

CVCLAVOZ
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.

viernes, 7 de agosto de 2020











Soltar

2020-08-07

Leer: Juan 11:21-36

La Biblia en un año: Salmos 72–73; Romanos 9:1-15

Estimada es a los ojos del Señor la muerte de sus santos (Salmo 116:15).

«Su padre está muriendo activamente», dijo la enfermera. «Muriendo activamente» se refiere a la fase final del proceso de la muerte. Una frase nueva para mí, que me sonó como un viaje descendente por una calle solitaria de un solo sentido. Ese último día de mi padre, sin saber si podía oírnos, mi hermana y yo nos sentamos junto a su cama. Besamos su hermosa cabeza calva, le susurramos promesas de Dios, cantamos Grande es tu fidelidad y citamos el Salmo 23. Le dijimos que lo amábamos y le dimos gracias por ser nuestro papá. Sabíamos que anhelaba estar con Jesús, y le dijimos que podía irse. Decir esas palabras fue el primer doloroso paso para soltarlo. A los pocos minutos, era gozosamente recibido en su hogar celestial.

El último adiós a un ser amado es triste. Aun Jesús lloró cuando su amigo Lázaro murió (Juan 11:35). Pero por las promesas de Dios, tenemos esperanza más allá de la muerte. El Salmo 116:15 afirma que la muerte de los «santos» —los que pertenecen a Dios— es «estimada». Aunque mueran, volverán a vivir.

Jesús promete: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente» (Juan 11:25-26). ¡Qué consolador saber que estaremos en la presencia de Dios para siempre! — Cindy Hess Kasper

lunes, 8 de junio de 2020

Tan grandioso como humilde

2020-06-08
La Biblia en un año: 2 Crónicas 30–31; Juan 18:1-18
[Jesucristo] se despojó a sí mismo… (v. 7).
Cuando la Revolución Norteamericana concluyó con la inverosímil rendición de Inglaterra, muchos políticos y militares intentaron convertir al General George Washington en un nuevo monarca. Expectante, el mundo se preguntaba si Washington se aferraría a sus ideales de libertad ante la posibilidad de tener un poder absoluto. Pero el Rey Jorge III de Inglaterra veía otra realidad: estaba convencido de que si Washington resistía ese deseo y regresaba a su granja en Virginia, sería «el hombre más grandioso del mundo». Sabía que tal grandeza para resistir era una señal de verdadera nobleza y trascendencia.
Como Pablo conocía esta misma verdad, nos alentó a imitar la humildad de Cristo. Aunque Jesús era «en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse» (Filipenses 2:6). En cambio, sometió su poder, se hizo «siervo» y «se humilló […], haciéndose obediente hasta la muerte» (vv. 7-8). Aquel que tenía todo el poder se despojó de él por amor.
No obstante, en la reversión suprema, Dios lo exaltó «hasta lo sumo» (v. 9). Jesucristo, quien podría exigirnos alabanza y forzarnos a ser obedientes, entregó su poder en un acto asombroso que se ganó nuestra adoración y fervor. Con humildad absoluta, Jesús demostró verdadera grandeza, y trastocó el mundo. — Winn Collier

domingo, 7 de junio de 2020


No digan malas palabras, ni tengan conversaciones tontas,  ni hagan chistes groseros. Todo eso está fuera de lugar.
En vez de actuar así, sean
agradecidos.

Efesios 5:4

La ventana de la casa de Adriana siempre estaba abierta. Hace un par de meses un pájaro renegrido entró sin preguntar para picotear los granos que ella había dejado sobre la mesa. Era un tordo, un ave pequeña pero muy inteligente.
Cada mañana, justo cuando la luz del sol empezaba a bañar la ventana, el tordo entraba para buscar la primera comida del día. Ella, como buena ama de casa, le daba la bienvenida y conversaba con el ave, aunque ésta nunca respondía.
—¡Hola pequeño! —saludaba Adriana como cada mañana—, ¿cómo has amanecido hoy? Adelante, puedes comer lo que encuentres.
El tordo no decía nada, ni un pío, ni un solo movimiento de su cabeza, ni siquiera un gesto que le diera a Adriana la oportunidad de saber que el pájaro había escuchado su saludo. Buscaba con frenesí los granos y se los engullía con rapidez para luego salir volando apresurado.
Adriana pensaba que el tordo estaba sordo porque no respondía a su saludo, sin embargo, ella nunca paraba de hablar. Mientras el ave estaba allí, Adriana le preguntaba mil cosas al tordito, que solo buscaba algo para comer. Él se había convertido en su única compañía matutina.
Las vecinas que pasaban cerca de la casa de Adriana miraban al ave con menosprecio y ella escuchaba las palabras que venían de aquellas malintencionadas señoras.
—Pobre ave, oscura y desplumada… ¿de dónde la habrá sacado Adriana? — decía su vecina de al lado.
—Debe ser su mascota rescatada de algún basurero, ¡jajajaja! —reía a carcajadas la señora que vivía en la casa de enfrente.
—Esas dos son iguales —acotaba otra señora que vivía en la misma calle—, oscuras, con las plumas quemadas y comiendo de los basureros, ¡jajaja!,
¡jijiji!
Aunque ella sabía lo que decían sus vecinas, se hacía la sorda, al igual que su pájaro. Ella sabía que era inútil discutir con personas de esa clase.
Cierto día, un afamado fotógrafo pasaba por aquel lugar y se percató del tordo que entraba por la ventana de la casa de Adriana. Era tan fascinante el momento que quiso plasmarlo en varias de sus fotografías.
Luego de unos días, la casa de Adriana se hizo famosa gracias a un artículo en un periódico local que decía así:
“En un lugar escondido de la ciudad, el gran fotógrafo Jean Pierre LeTrue logró plasmar un momento único: un tordo azulado se escabullía por la ventana de una casa para robarse unas cuantas semillas. Al fondo de la foto encontrarán a la audaz dueña de casa hablando con el ave como si estuvieran sosteniendo una animada conversación”.
La gente del barrio reconoció de inmediato a Adriana hablando con el tordo y las vecinas no tardaron en ir hasta el frente de su casa para burlarse de ella.
—Miren ahora a Adriana, la loca que habla con las aves —bromeaba su vecina.
—Deben estar conversando de las semillas que ambas comen en el desayuno; ¡jijiji! —carcajeaba la otra.
—¿Dónde está ahora tu mascota,
Adriana? —ridiculizaba la señora que vivía unas casas más allá—, quizás encontró otros amigos para conversar,
¡jajaja, jijiji!
El tordo azulado que sobrevolaba el lugar, hizo unos sonidos con el pico llamando a dos de sus amigos voladores. Las aves pasaron justo por encima de las señoras, dejando caer sobre sus cabezas una enorme carga de estiércol de ave como si fueran unas gordas palomas. Al parecer el tordo no estaba sordo, pues defendió a su amiga de la maldad de estas mujeres.
Toda la gente de la calle pudo ver a las burlonas llenas de desechos de ave e, irónicamente, Jean Pierre, el fotógrafo, también estaba allí con su cámara.
Al día siguiente el diario local publicó una nueva fotografía del artista. Eran las mujeres llenas de excremento. A una le cayó en una oreja, a otra en pleno ojo y a la última justo en la boca. El título de la fotografía fue:
“La Venganza del Tordo Azulado”.
Dialoga con tus hijos:
¿Qué opinas de las personas que murmuran y menosprecian a otras?
¿Cómo debes valorar a las demás personas?
¿Qué opinas de la venghanza?

jueves, 23 de abril de 2020


CUENTO: Libro sin dibujos - YouTube
De lo alto nos viene todo lo bueno y perfecto.
Allí es donde está el Padre que creó todos los astros del cielo, y que no cambia como las sombras.

Santiago 1:17

En una repisa olvidada de una tienda, un cuaderno lleno de hojas blancas esperaba que alguien quisiera usarlo para algo.
Eran más populares los cuadernos con líneas y cuadros, pero este cuaderno sin líneas no era atractivo para nadie.
—A ti nadie te quiere —insinuó el cuaderno alineado—. Es lógico que todos quieran buscarme porque mis líneas son útiles para todos, en cambio, tú eres un inútil.
—¡Es cierto! —afirmó el cuaderno cuadriculado—. Las líneas o los cuadros servimos para algo, pero tú sin líneas no eres nada.
—Un cuaderno es un cuaderno —alegó indignado el pobre cuaderno sin líneas—. Al final, los que deciden eso son los que vienen a comprar. Alguno de ellos seguramente me querrá.
Llegó el tiempo de ventas y los padres venían de todo lugar a comprar cuadernos para sus hijos. Los niños y niñas corrían a probar todos los cuadernos disponibles y escribían en ellos. Sin embargo, al pobre cuaderno sin líneas nadie lo quería. Por más que abría sus páginas y las agitaba como aspas, nadie lo tomaba en cuenta.
—Es mejor este cuaderno —afirmó un niño—, aquí puedo escribir sin que las palabras se vayan muy abajo o muy arriba.
—A mí me gusta más este otro que es de cuadros —dijo esta vez una niña—, aquí puedo escribir un número uno debajo del otro y todo queda perfecto.
Llegó una señora esperando comprar un cuaderno para su hijo pequeño que apenas iba a aprender a escribir. Esa puede ser la persona que me compre, pensó el cuadernillo que nadie tomaba en cuenta.
—Puede usted llevarse el cuaderno de cuatro líneas —recomendó el ayudante—, es el mejor cuando se quiere aprender a escribir.
Y así, todos los cuadernos eran pedidos y vendidos, pero no aquel cuadernillo olvidado que no tenía líneas ni cuadros ni ningún otro atractivo.
Resignado a nunca ser útil para nadie, se dejó caer en una mesa escondida en un rincón de aquel lugar. Allí permaneció por muchos días, estropeado por los niños, algunos arrancaban sus hojas y otros solo hacían feas manchas de colores en ellas.
Esa tarde, mientras su mamá hacía unas cuantas compras, una niña de unos siete años se acercó hasta donde estaba aquel cuaderno despreciado.
Ella lo vio, le quitó algunas manchas, reparó las hojas que se habían doblado y arregló su cobertura. Luego, tomó un par de lápices y se puso a dibujar. 
La niña lanzaba trazos como si fuera una experta: delicadas líneas curvas, algunas largas, otras cortas, algunas en forma de sombras y otras que parecían traer luz. Al principio el cuaderno sin líneas se sintió extraño, pero en unos pocos segundos supo que estaba en buenas manos, aunque aún no podía ver lo que aquella niña estaba escribiendo en sus páginas.
—¿Qué letras son estas? —se preguntó el cuaderno en blanco—. ¡No logro descubrir este idioma!
Cuando ella terminó, al fin se pudo ver la hermosa figura delineada en toda la página. Era un paisaje calmado con muchos árboles y flores. En el centro había un caballo galopante que parecía estar vivo. Dibujó flores llenas de rocío y una delicada lluvia que caía sobre el bosque.
El sol parecía ocultarse en aquel dibujo pues ya empezaba la noche y algunas estrellas se asomaban tímidas sobre el firmamento.
Varios niños y niñas notaron la habilidad de esa muchacha para hacer aquellos trazos. Todos empezaron a pedir como locos algunos de aquellos cuadernos sin líneas donde se podía escribir en este nuevo lenguaje.
—¡Hey, niña! —exclamó el cuaderno dirigiéndose a la pequeña artista—, ¿cómo se llama este lenguaje que has escrito en mis páginas?
La niña respondió con una sonrisa de satisfacción.
—Se llama “dibujo”.
Dialoga con tus hijos:
1.- ¿Cuál era la habilidad de la niña?
2.- ¿Cuál era la habilidad del cuaderno?
3.- ¿Para qué piensas tu que eres hábil? 
4.- ¿Qué hace Dios con tus verdaderas habilidades?