No
digan malas palabras, ni tengan conversaciones tontas, ni hagan chistes groseros. Todo eso está
fuera de lugar.
En
vez de actuar así, sean
agradecidos.
Efesios 5:4
La ventana de la casa de Adriana siempre estaba abierta.
Hace un par de meses un pájaro renegrido entró sin preguntar para picotear los
granos que ella había dejado sobre la mesa. Era un tordo, un ave pequeña pero
muy inteligente.

Cada
mañana, justo cuando la luz del sol empezaba a bañar la ventana, el tordo
entraba para buscar la primera comida del día. Ella, como buena ama de casa, le
daba la bienvenida y conversaba con el ave, aunque ésta nunca respondía.
—¡Hola pequeño! —saludaba Adriana como cada mañana—,
¿cómo has amanecido hoy? Adelante, puedes comer lo que encuentres.
El tordo no decía nada, ni un pío, ni un solo movimiento de
su cabeza, ni siquiera un gesto que le diera a Adriana la oportunidad de saber
que el pájaro había escuchado su saludo. Buscaba con frenesí los granos y se
los engullía con rapidez para luego salir volando apresurado.

Adriana
pensaba que el tordo estaba sordo porque no respondía a su saludo, sin embargo,
ella nunca paraba de hablar. Mientras el ave estaba allí, Adriana le preguntaba
mil cosas al tordito, que solo buscaba algo para comer. Él se había convertido
en su única compañía matutina.
Las vecinas que pasaban cerca de la casa de Adriana miraban
al ave con menosprecio y ella escuchaba las palabras que venían de aquellas malintencionadas
señoras.
—Pobre ave, oscura y desplumada… ¿de dónde la habrá sacado
Adriana? — decía su vecina de al lado.
—Debe ser su mascota rescatada de algún basurero,
¡jajajaja! —reía a carcajadas la señora que vivía en la casa de enfrente.
—Esas dos son iguales —acotaba otra
señora que vivía en la misma calle—, oscuras, con las plumas quemadas y
comiendo de los basureros, ¡jajaja!,
¡jijiji!
Aunque ella sabía lo que decían sus vecinas, se hacía la
sorda, al igual que su pájaro. Ella sabía que era inútil discutir con personas
de esa clase.

Cierto
día, un afamado fotógrafo pasaba por aquel lugar y se percató del tordo que
entraba por la ventana de la casa de Adriana. Era tan fascinante el momento que
quiso plasmarlo en varias de sus fotografías.
Luego de unos días, la casa de Adriana se hizo famosa
gracias a un artículo en un periódico local que decía así:

“En un
lugar escondido de la ciudad, el gran fotógrafo Jean Pierre LeTrue logró
plasmar un momento único: un tordo azulado se escabullía por la ventana de una
casa para robarse unas cuantas semillas. Al fondo de la foto encontrarán a la
audaz dueña de casa hablando con el ave como si estuvieran sosteniendo una
animada conversación”.
La gente del barrio reconoció de inmediato a Adriana
hablando con el tordo y las vecinas no tardaron en ir hasta el frente de su
casa para burlarse de ella.
—Miren ahora a Adriana, la loca que habla con las aves
—bromeaba su vecina.
—Deben estar conversando de las semillas que ambas comen en
el desayuno; ¡jijiji! —carcajeaba la otra.
—¿Dónde está ahora tu mascota,
Adriana? —ridiculizaba la señora que
vivía unas casas más allá—, quizás encontró otros amigos para conversar,
¡jajaja, jijiji!

El tordo
azulado que sobrevolaba el lugar, hizo unos sonidos con el pico llamando a dos
de sus amigos voladores. Las aves pasaron justo por encima de las señoras,
dejando caer sobre sus cabezas una enorme carga de estiércol de ave como si
fueran unas gordas palomas. Al parecer el tordo no estaba sordo, pues defendió
a su amiga de la maldad de estas mujeres.
Toda la gente de la calle pudo ver a las burlonas llenas de
desechos de ave e, irónicamente, Jean Pierre, el fotógrafo, también estaba allí
con su cámara.
Al día siguiente el diario local
publicó una nueva fotografía del artista. Eran las mujeres llenas de
excremento. A una le cayó en una oreja, a otra en pleno ojo y a la última justo
en la boca. El título de la fotografía fue:
“La Venganza del Tordo Azulado”.
Dialoga con tus hijos:
¿Qué opinas de las personas que murmuran y menosprecian a otras?
¿Cómo debes valorar a las demás personas?
¿Qué opinas de la venghanza?