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lunes, 8 de junio de 2020

Tan grandioso como humilde

2020-06-08
La Biblia en un año: 2 Crónicas 30–31; Juan 18:1-18
[Jesucristo] se despojó a sí mismo… (v. 7).
Cuando la Revolución Norteamericana concluyó con la inverosímil rendición de Inglaterra, muchos políticos y militares intentaron convertir al General George Washington en un nuevo monarca. Expectante, el mundo se preguntaba si Washington se aferraría a sus ideales de libertad ante la posibilidad de tener un poder absoluto. Pero el Rey Jorge III de Inglaterra veía otra realidad: estaba convencido de que si Washington resistía ese deseo y regresaba a su granja en Virginia, sería «el hombre más grandioso del mundo». Sabía que tal grandeza para resistir era una señal de verdadera nobleza y trascendencia.
Como Pablo conocía esta misma verdad, nos alentó a imitar la humildad de Cristo. Aunque Jesús era «en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse» (Filipenses 2:6). En cambio, sometió su poder, se hizo «siervo» y «se humilló […], haciéndose obediente hasta la muerte» (vv. 7-8). Aquel que tenía todo el poder se despojó de él por amor.
No obstante, en la reversión suprema, Dios lo exaltó «hasta lo sumo» (v. 9). Jesucristo, quien podría exigirnos alabanza y forzarnos a ser obedientes, entregó su poder en un acto asombroso que se ganó nuestra adoración y fervor. Con humildad absoluta, Jesús demostró verdadera grandeza, y trastocó el mundo. — Winn Collier

domingo, 7 de junio de 2020


No digan malas palabras, ni tengan conversaciones tontas,  ni hagan chistes groseros. Todo eso está fuera de lugar.
En vez de actuar así, sean
agradecidos.

Efesios 5:4

La ventana de la casa de Adriana siempre estaba abierta. Hace un par de meses un pájaro renegrido entró sin preguntar para picotear los granos que ella había dejado sobre la mesa. Era un tordo, un ave pequeña pero muy inteligente.
Cada mañana, justo cuando la luz del sol empezaba a bañar la ventana, el tordo entraba para buscar la primera comida del día. Ella, como buena ama de casa, le daba la bienvenida y conversaba con el ave, aunque ésta nunca respondía.
—¡Hola pequeño! —saludaba Adriana como cada mañana—, ¿cómo has amanecido hoy? Adelante, puedes comer lo que encuentres.
El tordo no decía nada, ni un pío, ni un solo movimiento de su cabeza, ni siquiera un gesto que le diera a Adriana la oportunidad de saber que el pájaro había escuchado su saludo. Buscaba con frenesí los granos y se los engullía con rapidez para luego salir volando apresurado.
Adriana pensaba que el tordo estaba sordo porque no respondía a su saludo, sin embargo, ella nunca paraba de hablar. Mientras el ave estaba allí, Adriana le preguntaba mil cosas al tordito, que solo buscaba algo para comer. Él se había convertido en su única compañía matutina.
Las vecinas que pasaban cerca de la casa de Adriana miraban al ave con menosprecio y ella escuchaba las palabras que venían de aquellas malintencionadas señoras.
—Pobre ave, oscura y desplumada… ¿de dónde la habrá sacado Adriana? — decía su vecina de al lado.
—Debe ser su mascota rescatada de algún basurero, ¡jajajaja! —reía a carcajadas la señora que vivía en la casa de enfrente.
—Esas dos son iguales —acotaba otra señora que vivía en la misma calle—, oscuras, con las plumas quemadas y comiendo de los basureros, ¡jajaja!,
¡jijiji!
Aunque ella sabía lo que decían sus vecinas, se hacía la sorda, al igual que su pájaro. Ella sabía que era inútil discutir con personas de esa clase.
Cierto día, un afamado fotógrafo pasaba por aquel lugar y se percató del tordo que entraba por la ventana de la casa de Adriana. Era tan fascinante el momento que quiso plasmarlo en varias de sus fotografías.
Luego de unos días, la casa de Adriana se hizo famosa gracias a un artículo en un periódico local que decía así:
“En un lugar escondido de la ciudad, el gran fotógrafo Jean Pierre LeTrue logró plasmar un momento único: un tordo azulado se escabullía por la ventana de una casa para robarse unas cuantas semillas. Al fondo de la foto encontrarán a la audaz dueña de casa hablando con el ave como si estuvieran sosteniendo una animada conversación”.
La gente del barrio reconoció de inmediato a Adriana hablando con el tordo y las vecinas no tardaron en ir hasta el frente de su casa para burlarse de ella.
—Miren ahora a Adriana, la loca que habla con las aves —bromeaba su vecina.
—Deben estar conversando de las semillas que ambas comen en el desayuno; ¡jijiji! —carcajeaba la otra.
—¿Dónde está ahora tu mascota,
Adriana? —ridiculizaba la señora que vivía unas casas más allá—, quizás encontró otros amigos para conversar,
¡jajaja, jijiji!
El tordo azulado que sobrevolaba el lugar, hizo unos sonidos con el pico llamando a dos de sus amigos voladores. Las aves pasaron justo por encima de las señoras, dejando caer sobre sus cabezas una enorme carga de estiércol de ave como si fueran unas gordas palomas. Al parecer el tordo no estaba sordo, pues defendió a su amiga de la maldad de estas mujeres.
Toda la gente de la calle pudo ver a las burlonas llenas de desechos de ave e, irónicamente, Jean Pierre, el fotógrafo, también estaba allí con su cámara.
Al día siguiente el diario local publicó una nueva fotografía del artista. Eran las mujeres llenas de excremento. A una le cayó en una oreja, a otra en pleno ojo y a la última justo en la boca. El título de la fotografía fue:
“La Venganza del Tordo Azulado”.
Dialoga con tus hijos:
¿Qué opinas de las personas que murmuran y menosprecian a otras?
¿Cómo debes valorar a las demás personas?
¿Qué opinas de la venghanza?