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jueves, 23 de abril de 2020


CUENTO: Libro sin dibujos - YouTube
De lo alto nos viene todo lo bueno y perfecto.
Allí es donde está el Padre que creó todos los astros del cielo, y que no cambia como las sombras.

Santiago 1:17

En una repisa olvidada de una tienda, un cuaderno lleno de hojas blancas esperaba que alguien quisiera usarlo para algo.
Eran más populares los cuadernos con líneas y cuadros, pero este cuaderno sin líneas no era atractivo para nadie.
—A ti nadie te quiere —insinuó el cuaderno alineado—. Es lógico que todos quieran buscarme porque mis líneas son útiles para todos, en cambio, tú eres un inútil.
—¡Es cierto! —afirmó el cuaderno cuadriculado—. Las líneas o los cuadros servimos para algo, pero tú sin líneas no eres nada.
—Un cuaderno es un cuaderno —alegó indignado el pobre cuaderno sin líneas—. Al final, los que deciden eso son los que vienen a comprar. Alguno de ellos seguramente me querrá.
Llegó el tiempo de ventas y los padres venían de todo lugar a comprar cuadernos para sus hijos. Los niños y niñas corrían a probar todos los cuadernos disponibles y escribían en ellos. Sin embargo, al pobre cuaderno sin líneas nadie lo quería. Por más que abría sus páginas y las agitaba como aspas, nadie lo tomaba en cuenta.
—Es mejor este cuaderno —afirmó un niño—, aquí puedo escribir sin que las palabras se vayan muy abajo o muy arriba.
—A mí me gusta más este otro que es de cuadros —dijo esta vez una niña—, aquí puedo escribir un número uno debajo del otro y todo queda perfecto.
Llegó una señora esperando comprar un cuaderno para su hijo pequeño que apenas iba a aprender a escribir. Esa puede ser la persona que me compre, pensó el cuadernillo que nadie tomaba en cuenta.
—Puede usted llevarse el cuaderno de cuatro líneas —recomendó el ayudante—, es el mejor cuando se quiere aprender a escribir.
Y así, todos los cuadernos eran pedidos y vendidos, pero no aquel cuadernillo olvidado que no tenía líneas ni cuadros ni ningún otro atractivo.
Resignado a nunca ser útil para nadie, se dejó caer en una mesa escondida en un rincón de aquel lugar. Allí permaneció por muchos días, estropeado por los niños, algunos arrancaban sus hojas y otros solo hacían feas manchas de colores en ellas.
Esa tarde, mientras su mamá hacía unas cuantas compras, una niña de unos siete años se acercó hasta donde estaba aquel cuaderno despreciado.
Ella lo vio, le quitó algunas manchas, reparó las hojas que se habían doblado y arregló su cobertura. Luego, tomó un par de lápices y se puso a dibujar. 
La niña lanzaba trazos como si fuera una experta: delicadas líneas curvas, algunas largas, otras cortas, algunas en forma de sombras y otras que parecían traer luz. Al principio el cuaderno sin líneas se sintió extraño, pero en unos pocos segundos supo que estaba en buenas manos, aunque aún no podía ver lo que aquella niña estaba escribiendo en sus páginas.
—¿Qué letras son estas? —se preguntó el cuaderno en blanco—. ¡No logro descubrir este idioma!
Cuando ella terminó, al fin se pudo ver la hermosa figura delineada en toda la página. Era un paisaje calmado con muchos árboles y flores. En el centro había un caballo galopante que parecía estar vivo. Dibujó flores llenas de rocío y una delicada lluvia que caía sobre el bosque.
El sol parecía ocultarse en aquel dibujo pues ya empezaba la noche y algunas estrellas se asomaban tímidas sobre el firmamento.
Varios niños y niñas notaron la habilidad de esa muchacha para hacer aquellos trazos. Todos empezaron a pedir como locos algunos de aquellos cuadernos sin líneas donde se podía escribir en este nuevo lenguaje.
—¡Hey, niña! —exclamó el cuaderno dirigiéndose a la pequeña artista—, ¿cómo se llama este lenguaje que has escrito en mis páginas?
La niña respondió con una sonrisa de satisfacción.
—Se llama “dibujo”.
Dialoga con tus hijos:
1.- ¿Cuál era la habilidad de la niña?
2.- ¿Cuál era la habilidad del cuaderno?
3.- ¿Para qué piensas tu que eres hábil? 
4.- ¿Qué hace Dios con tus verdaderas habilidades?

viernes, 17 de abril de 2020


Colorear Búho leyendo un cómic (Aves), dibujo para colorear gratis
Sí, esfuérzate y sé valiente, no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.

Josué 1:9

En la rama más alta de un frondoso árbol, se erguía con orgullo un regio búho blanco. Todas las aves le tenían respeto, pero no por su sabiduría ni sus modales, sino por miedo.  Trataba con desprecio a todas las aves que se acercaban, pues él consideraba que eran inferiores. Se creía el rey del lugar.
Nadie conoció jamás su verdadero nombre porque desde que llegó al bosque exigió a todos que le llamasen “Campeón”.
Existen búhos de todos los tamaños y colores, pero a Campeón no le importaba pues él se creía el mejor y el más grande de todos.
Un pequeño búho marrón llegó hasta el bosque ese día.  Tan minúsculo era, que apenas medía la altura de un ala de Campeón, y como todavía no dominaba el arte del vuelo, se convirtió en presa fácil para el abusivo búho blanco.
—Y tú… ¿quién eres? —preguntó Campeón amenazante—. ¿No sabes que todos los nuevos vecinos deben presentarse ante mí? —Me llamo Willy, señor.
—¡Llámame Campeón!, muchacho atrevido —reclamó el iracundo búho blanco—. ¡¿No sabes que antes de andar volando por ahí debes pedirme permiso?!
—Lo siento señor Campeón —respondió la debilucha ave—, no lo sabía.  Es que apenas estoy aprendiendo a volar.
—¿Ah sí?... ¡ja! ¡A eso lo quiero ver! — dijo burlándose—. Desde mi árbol nadie aprenderá a volar.
Campeón siguió de cerca al pequeño búho gris para presenciar sus flojos intentos de emprender el vuelo.  Cada vez que intentaba levantar sus alas, Campeón aleteaba a su costado obligándole a caer. Así lo hizo cinco veces.
—¿Qué? ¿Acaso nunca te vas a rendir? —interrogó Campeón con su habitual sarcasmo riendo a carcajadas—. ¿No puedes ver que es inútil?
—¿Inútil? A mí me han enseñado que ningún intento está de más y que cualquier cosa es posible para el que de verdad quiere lograr algo.
—¡Jajaja!, pues a mí la vida me ha enseñado que unos son fuertes, como yo, y otros son débiles como tú. Esa realidad no la puede cambiar nadie.
—Es cierto señor Campeón, algunos son más fuertes, pero eso no quiere decir que sean invencibles.
Con esas palabras, Willy intentó una vez más emprender el vuelo, pero otra vez Campeón agitó sus alas para hacerlo caer por pura diversión. Mientras Campeón se reía sin parar, el pequeño Willy se levantó de nuevo y se preparó para levantar sus alas. Para entonces muchas aves se habían amontonado para presenciar el desafío de este pequeño búho contra el abusivo de Campeón, que siempre había encontrado con qué molestar a todas las aves del lugar. 
—¡Ríndete de una vez, enano! —se burló Campeón—, todos aquí te lo dirán, yo jamás me rindo.
—¡Pues yo tampoco! —contestó desafiante el pequeño Willy—. La verdadera fuerza no está en las grandes alas sino en la valentía y la motivación.
—¿Ah sí? ¡Jajajajaja! —rio Campeón descontroladamente—. Dime, pues... ¿cuál es tu motivación?
—Es mi padre que me está mirando ahora mismo.
Campeón encogió las alas admirado de la respuesta, pues no había visto a ningún otro búho cerca. Giró completamente su cabeza sin mover su cuerpo, como lo hacen los búhos.  Miró con sus redondos ojos, primero para un lado, luego para el otro, pero no vio a nadie.
Las aves que estaban alrededor presenciando todo empezaron a reír sin parar, al principio unas cortas risillas atascadas, pero luego grandes risotadas despreocupadas se escucharon con frenesí en todo el bosque.
Cuando Campeón levantó la mirada hacia atrás, sus ojos redondos se hicieron grandes como planetas. Se había percatado de la presencia de un majestuoso búho marrón muy cerca de él.  Tenía al menos el doble de su tamaño, y nunca lo vio pues lo había confundido con el tronco de un árbol.
El ave se irguió imponente inflando su pecho con autoridad. Ni siquiera tomó en cuenta al despótico pájaro que había estorbado a su cría; solo se dirigió a Willy con las palabras más apacibles que encontró.
—No te preocupes, Willy —dijo el gran búho marrón en total calma—, levántate otra vez, yo estaré contigo a donde quiera que vayas. Solo esfuérzate y sigue siendo valiente.
Campeón tuvo que agachar la cabeza y salir volando a molestar a algún otro. Willy aprendió a volar en poco tiempo, pero su lección más valiosa fue saber que no todos los que son grandes necesariamente son más fuertes, y que ser valiente es mucho más que ser grande.
Dialoga con tus hijos.
» ¿Qué significa ser valiente?

sábado, 11 de abril de 2020

 Dibujo A Mano Animal Hormigas En Movimiento Linda Hormiga Comic ...
Para los niños junto a su padre o madre:
 ¡Qué admirable, qué agradable es que los hermanos vivan juntos en armonía! Salmos 133:1
 En medio del bosque, escondido debajo de unos matorrales, un ejército de hormigas rojas se disponía a trabajar desde antes que saliera el sol. —Estamos a punto de terminar nuestro nuevo hogar —gritó el Rey de las hormigas con voz de trompeta—, pronto cada hormiga tendrá su propio espacio para habitar en este grandioso hormiguero. —¡Vamos! ¡Hop, al trabajo! ¡Hop, al trabajo! ¡Hop, al trabajo! —canturreaban las hormigas mientras marchaban a sus labores. En aquel ejército, había dos hormigas fuertes y trabajadoras, pero un poco celosas. La primera se llamaba Paciente, y siempre se levantaba más temprano para ganar los primeros lugares en el servicio. Serena, su compañera, cargaba más peso para hacer su trabajo en menos tiempo. Sin embargo, como dicen por ahí, los celos sin control pueden traer un mal peor. Un día Paciente salió temprano, como siempre, para ganarles a las demás hormigas y poder estar en las primeras filas del servicio. Lo que no esperaba era encontrar a Serena que esa mañana decidió madrugar. —¡Epa!... ¿cómo es posible? —dijo Paciente, indignada—, yo siempre llego antes. —¡Hummm!... así es la vida —espondió Serena con viveza—, esta vez yo he llegado primero. Esas palabras no fueron del agrado de Paciente. Se propuso tomar muchas ramas y cargar más del peso que normalmente llevaba, solo para ganar a Serena. Ambas, encendidas en celos, se dedicaron a competir la una con la otra. Mientras todos construían su parte del hormiguero, Paciente y Serena no dejaban de discutir. La una se ponía delante de la otra en la fila o forcejeaban por ver quién hacía tal o cual trabajo. Los celos crecían y las peleas continuaban. Serena y Paciente se encontraban todos los días para acusarse entre sí… —¿Con que crees que eres mejor? — dijo Paciente desafiando a su compañera con los puños—; tú ni siquiera puedes levantar tanto peso como yo. —¿Tanto peso? ¡Ja! —contestó Serena con altivez—, ni siquiera puedes levantar el peso de una hormiga. Y mientras esto pasaba entre estas dos celosas, el resto de hormigas continuaba el trabajo y, como era de esperarse, lo hicieron muy bien juntas. —¡Hop, al trabajo! ¡Hop, al trabajo! ¡Hop, al trabajo! —entonaba a una sola voz el ejército de hormigas. —¡Hop, a la tierra! ¡Hop, a las ramas! ¡Hop, al nuevo hormiguero! Hasta que al fin culminaron la obra. —Estimadas hermanas, ¡al fin hemos terminado! —anunció el Rey—. Cada hormiga que ha trabajado en esta colmena tendrá su espacio seguro dentro de ella. Paciente y Serena fueron con rapidez a la fila para recibir su premio: una cueva propia dentro del hormiguero. Empujándose y tropezándose llegaban las dos hormigas que ahora eran enemigas. —¡Hey!, ¡ustedes dos! —gritó el Rey de las hormigas a Serena y Paciente—, no tan rápido. Ustedes no tienen un espacio. —¿Cómo? —levantó su voz Serena arrugando su rostro de asombro. —Pero… ¡amado Rey! —intervino Paciente fingiendo no estar molesta—, nosotras hemos trabajado mucho más que el resto de las hormigas. —¡Están muy equivocadas! —aseguró el Rey moviendo su cabeza descontento—, ¿no han visto lo que ustedes han construido? ¡Miren! Ambas miraron hacia un par de montículos de tierra desorganizada fuera del hormiguero: tenían algunos huecos de entrada y otros de salida, pero no había en ellos ninguna cueva que sirviera para poder habitar allí. En su competencia de celos nunca se dieron cuenta de que no colaboraron en nada para el hormiguero. Las dos celosas empezaron a culparse delante del Rey, lanzándose insultos. Estaban a punto de golpearse: Paciente había perdido la paciencia, y Serena estaba de lo más alterada… hasta que el Rey habló: —Paciente, eres una hormiga ejemplar, pero cuando los celos te dominan te vuelves impaciente y pierdes la paz. Paciente bajó lentamente los brazos que estaban a punto de dar un golpe y ocultó su rostro con mucha vergüenza. —Serena, eres una hormiga muy trabajadora, pero cuando el enojo te domina te dedicas a competir de forma desleal y pierdes el control sobre ti misma. Serena bajó su cabeza, mirando de reojo a Paciente. Ambas lo habían perdido todo. —Afortunadamente —exclamó el Rey mirando sus rostros arrepentidos—, el resto del ejército hizo algunas viviendas extra. No lo merecen, pero son parte de la familia. ¡Entren al hormiguero! Paciente y Serena aceptaron el regalo avergonzadas, pues no habían trabajado para obtenerlo. Ambas aprendieron la siguiente lección: “Los celos sin control pueden traer un mal peor”. —¡Hop, a la casa! ¡Hop, a la cueva! ¡Hop, al nuevo hormiguero! —cantaron todas las hormigas juntas, como una gran familia.
 Dialoga con tus hijos » ¿Qué actitudes negativas pudiste ver en Paciente y Serena? » ¿En qué se parecen sus reacciones a las de los seres humanos? » ¿Qué piensas de la decisión del Rey?