Para los niños junto a su padre o madre:
¡Qué admirable, qué agradable es que los hermanos vivan juntos en armonía! Salmos 133:1
En medio del bosque, escondido debajo de unos matorrales, un ejército de hormigas rojas se disponía a trabajar desde antes que saliera el sol. —Estamos a punto de terminar nuestro nuevo hogar —gritó el Rey de las hormigas con voz de trompeta—, pronto cada hormiga tendrá su propio espacio para habitar en este grandioso hormiguero. —¡Vamos! ¡Hop, al trabajo! ¡Hop, al trabajo! ¡Hop, al trabajo! —canturreaban las hormigas mientras marchaban a sus labores. En aquel ejército, había dos hormigas fuertes y trabajadoras, pero un poco celosas. La primera se llamaba Paciente, y siempre se levantaba más temprano para ganar los primeros lugares en el servicio. Serena, su compañera, cargaba más peso para hacer su trabajo en menos tiempo. Sin embargo, como dicen por ahí, los celos sin control pueden traer un mal peor. Un día Paciente salió temprano, como siempre, para ganarles a las demás hormigas y poder estar en las primeras filas del servicio. Lo que no esperaba era encontrar a Serena que esa mañana decidió madrugar. —¡Epa!... ¿cómo es posible? —dijo Paciente, indignada—, yo siempre llego antes. —¡Hummm!... así es la vida —espondió Serena con viveza—, esta vez yo he llegado primero. Esas palabras no fueron del agrado de Paciente. Se propuso tomar muchas ramas y cargar más del peso que normalmente llevaba, solo para ganar a Serena. Ambas, encendidas en celos, se dedicaron a competir la una con la otra. Mientras todos construían su parte del hormiguero, Paciente y Serena no dejaban de discutir. La una se ponía delante de la otra en la fila o forcejeaban por ver quién hacía tal o cual trabajo. Los celos crecían y las peleas continuaban. Serena y Paciente se encontraban todos los días para acusarse entre sí… —¿Con que crees que eres mejor? — dijo Paciente desafiando a su compañera con los puños—; tú ni siquiera puedes levantar tanto peso como yo. —¿Tanto peso? ¡Ja! —contestó Serena con altivez—, ni siquiera puedes levantar el peso de una hormiga. Y mientras esto pasaba entre estas dos celosas, el resto de hormigas continuaba el trabajo y, como era de esperarse, lo hicieron muy bien juntas. —¡Hop, al trabajo! ¡Hop, al trabajo! ¡Hop, al trabajo! —entonaba a una sola voz el ejército de hormigas. —¡Hop, a la tierra! ¡Hop, a las ramas! ¡Hop, al nuevo hormiguero! Hasta que al fin culminaron la obra. —Estimadas hermanas, ¡al fin hemos terminado! —anunció el Rey—. Cada hormiga que ha trabajado en esta colmena tendrá su espacio seguro dentro de ella. Paciente y Serena fueron con rapidez a la fila para recibir su premio: una cueva propia dentro del hormiguero. Empujándose y tropezándose llegaban las dos hormigas que ahora eran enemigas. —¡Hey!, ¡ustedes dos! —gritó el Rey de las hormigas a Serena y Paciente—, no tan rápido. Ustedes no tienen un espacio. —¿Cómo? —levantó su voz Serena arrugando su rostro de asombro. —Pero… ¡amado Rey! —intervino Paciente fingiendo no estar molesta—, nosotras hemos trabajado mucho más que el resto de las hormigas. —¡Están muy equivocadas! —aseguró el Rey moviendo su cabeza descontento—, ¿no han visto lo que ustedes han construido? ¡Miren! Ambas miraron hacia un par de montículos de tierra desorganizada fuera del hormiguero: tenían algunos huecos de entrada y otros de salida, pero no había en ellos ninguna cueva que sirviera para poder habitar allí. En su competencia de celos nunca se dieron cuenta de que no colaboraron en nada para el hormiguero. Las dos celosas empezaron a culparse delante del Rey, lanzándose insultos. Estaban a punto de golpearse: Paciente había perdido la paciencia, y Serena estaba de lo más alterada… hasta que el Rey habló: —Paciente, eres una hormiga ejemplar, pero cuando los celos te dominan te vuelves impaciente y pierdes la paz. Paciente bajó lentamente los brazos que estaban a punto de dar un golpe y ocultó su rostro con mucha vergüenza. —Serena, eres una hormiga muy trabajadora, pero cuando el enojo te domina te dedicas a competir de forma desleal y pierdes el control sobre ti misma. Serena bajó su cabeza, mirando de reojo a Paciente. Ambas lo habían perdido todo. —Afortunadamente —exclamó el Rey mirando sus rostros arrepentidos—, el resto del ejército hizo algunas viviendas extra. No lo merecen, pero son parte de la familia. ¡Entren al hormiguero! Paciente y Serena aceptaron el regalo avergonzadas, pues no habían trabajado para obtenerlo. Ambas aprendieron la siguiente lección: “Los celos sin control pueden traer un mal peor”. —¡Hop, a la casa! ¡Hop, a la cueva! ¡Hop, al nuevo hormiguero! —cantaron todas las hormigas juntas, como una gran familia.
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